Un chocolate caliente en una fría soledad.
Un chocolate caliente en una fría soledad.
No de esa soledad por elección que decides romper al lado de una agradable compañera,
cuando quieres,
cuando puedes.
Que decides romper visitando a tus hijos, a tus padres, hermanos, otros familiares o amigos, conocidos.
No es la soledad del preso que tiene a un compañero de celda
o a alguien en la celda vecina,
el preso que le habla al policía,
el preso que comparte en el patio.
No, eres un preso con la llave en tus manos y con el temor de escapar, temor propio de los que aman a su prójimo,los que aman al mundo,
preso más por el sentido común que por recomendaciones de autoridades.
Por momentos puedes salir en el carro pero obligado a llevarte contigo a esa pesada soledad.
Presos el rico y el pobre y la única diferencia son los lujos o las carencias de su jaula.
Presos el sabio y el iletrado y la única diferencia son sus pensamientos.
Presos el hombre y la mujer,
el blanco, el negro y el mestizo,
el niño, el joven y el adulto.
Todos presos sin delito, sin condena y con la puerta abierta.
Y en medio de ese encierro reflexionando, pensando en el daño causado o permitido a la naturaleza, a sentimientos ajenos,
pensando en la indiferencia, la insensibilidad y las malas costumbres.
Que será del mundo después de esta cuarentena?, que será de la humanidad?
Si algo parece el final de los tiempos es este momento, en el que el que cree en el sentimiento ajeno, el que le da importancia a su prójimo puede salvarse sólo evitando exponerlos y los rebeldes quedan expuestos en la calle como con una marca en la frente, la marca de la insensibilidad.
Quiera Dios que está soledad sincronizada, está soledad colectiva sirva para algo más que que beber una taza de chocolate.
Quiera Dios que está soledad nos haga dignos de la compañía de Dios en nuestros corazones.
Que Dios nos bendiga, bendiga a este planeta en el que habitamos y a todo lo que hay en el.
Gracias por llegar a esta línea...
C.R.3.
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